Hank Ford, de 54 años y veterano de más de 20 años de servicio militar, experimentó un episodio de fibrilación auricular, una condición que causa un latido cardíaco irregular y rápido, capaz de provocar un accidente cerebrovascular grave. Lo que hizo la diferencia fue su perro de servicio Tommy, que esa mañana no permitió que Hank durmiera más de lo habitual y comenzó a empujar y saltar sobre él insistentemente.
Al levantarse, Hank se sintió mareado y comprobó sus constantes vitales: tenía un pulso de 171 latidos por minuto. Aunque el hospital dudó al principio de la veracidad de esas medidas, la rápida acción de Hank y la alerta de Tommy llevaron al diagnóstico a tiempo.
Tommy fue un apoyo crucial para Hank más allá de este incidente. El vínculo entre ambos se formó cuando Hank, que padece trastorno de estrés postraumático (TEPT) tras décadas en zonas de conflicto y años de trabajo en una penitenciaría federal, recibió al perro a través del Proyecto Guerrero Herido y la organización Dogs Inc.
Tras la emergencia, mientras Hank estaba hospitalizado, Tommy se quedó a su lado. Estuvo horas acostado junto a él y le aportó calma y apoyo. Hank recuerda con gratitud: «Sabía que los perros eran los mejores amigos del hombre por algo. Él lo lleva mucho más allá».
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