Esta semana fue tendencia en X (ex Twitter) una infografía que pretende responder a una pregunta muy frecuente: “¿Cuánto sexo debemos tener según nuestra edad?”. La imagen divide por franjas etarias y asigna una frecuencia esperada: por ejemplo, si tenés entre 18 y 29 años, “2 a 4 veces por semana”; si tenés más de 60, “una vez al mes o más”. El contenido, aunque aparentemente inocente o incluso “informativo”, reproduce múltiples lógicas un tanto complejas. ¿Quién dice cuántas veces “deberíamos” tener sexo? ¿A quién le sirve esa cuenta? ¿Y qué pasa si no encajamos?

El imperativo del “sexo obligatorio”

Lo primero que llama la atención en la infografía es el título: “¿Cuánto sexo debemos tener según nuestra edad?”. La palabra “debemos” instala un “deber ser” sexual, una especie de mandato que transforma la sexualidad en una obligación productiva. El principal problema con este tipo de imágenes es la idea de que existe una cantidad ideal de relaciones sexuales para cada edad.

Así, lo que parece una mera sugerencia estadística opera como norma, como vara con la que se mide si estamos “bien” o “mal”, si somos “suficientes” o “insuficientes”, si tenemos una vida sexual “normal” o “deficiente”. Esto genera angustia en muchas personas, especialmente cuando sus experiencias no se ajustan a esas cifras. La idea de una frecuencia “ideal” de relaciones sexuales refuerza la idea de que más sexo equivale a mejor salud, más felicidad y más amor, aunque la realidad sea mucho más compleja.

¿Cuánto sexo hay que tener? Ninguno, si no se desea

Considero que no hay una cantidad correcta, adecuada o universal de relaciones sexuales que debamos tener. La sexualidad no es una necesidad ni una obligación fisiológica. Algunas personas pueden no tener relaciones sexuales por largos períodos (o incluso nunca) y eso no implica ningún problema en sí mismo.

La pregunta no es “¿cuánto sexo deberías tener?”, sino “¿qué tipo de sexualidad te da placer, te representa y se ajusta a tus deseos, tiempos y acuerdos vinculares?”.

La trampa de los promedios

Es cierto que algunos estudios científicos han intentado medir la frecuencia sexual por grupo etario, y de hecho, muchas veces las infografías como la viralizada se basan en datos reales. Por ejemplo, un estudio del Kinsey Institute señala que las personas de entre 18 y 29 años tienen relaciones sexuales en promedio 112 veces al año (unas 2 veces por semana), mientras que en mayores de 60 años la frecuencia es de unas 20 veces al año.

Pero lo que estos números no explican es que se trata de promedios, no de recomendaciones. Los promedios son proyecciones estadísticas sobre grandes poblaciones o muestras, pero no dicen nada sobre el deseo, la intimidad, las preferencias, la salud sexual y las rutinas de cada persona en particular. Es una forma de invisibilizar la variabilidad.

Además, estos estudios suelen tener sesgos importantes: se centran en relaciones heterosexuales, coitocéntricas, monógamas, a veces en contextos clínicos o culturales muy distintos a los nuestros y con definiciones muy limitadas de lo que se considera “sexo”.

Coitocentrismo, genitalización y capacitismo

Otra crítica relevante a este tipo de gráficos es que no explicitan qué se considera “sexo”. ¿Se habla de coito vaginal-peniano? ¿De orgasmos simultáneos? ¿De caricias? ¿De masturbación compartida? ¿De encuentros con otras personas? ¿Con qué identidades, orientaciones, prácticas o deseos?

La lógica coitocentrista que subyace a estas representaciones reduce la sexualidad al coito heterosexual, dejando fuera a quienes no tienen relaciones penetrativas, a las personas del espectro asexual, a quienes tienen diversidad funcional o discapacidades, a quienes practican otras formas de erotismo y a quienes están en relaciones no normativas.

Además, la visión genitalizada y performativa del sexo (medido por frecuencia, rendimiento o cantidad de orgasmos) refuerza el mandato de productividad sexual que se asemeja más a un entrenamiento que a una experiencia de encuentro y placer.

Edadismo sexual y mitos sobre la vejez

Uno de los ejes más problemáticos del gráfico viral es su forma de naturalizar la disminución del deseo o la frecuencia sexual con la edad, como si fuera inevitable, universal y biológicamente determinada.

Si bien es cierto que algunas funciones fisiológicas pueden cambiar con el paso del tiempo (como la lubricación o la erección), eso no significa que las personas mayores pierdan interés por el placer, el erotismo o la intimidad. Esta mirada edadista (es decir, discriminatoria por edad) invisibiliza la sexualidad en la vejez, negando que pueda existir deseo, exploración, vínculos y placer más allá de los 60 o 70 años, como si fuese una función que caduca. Y no, la sexualidad no tiene fecha de vencimiento. El deseo no desaparece con la edad, aunque pueda modificarse. Lo que suele pasar es que se erotiza de otro modo, se redefine la intimidad, se priorizan otras prácticas o tiempos. Pero eso no equivale a “menos sexo”, sino a una sexualidad distinta, muchas veces más rica y libre de mandatos.

Entonces, ¿cómo pensar el deseo a lo largo de la vida?

Reducir la sexualidad a números es simplista. Convierte la intimidad en una performance y el erotismo en una competencia. En lugar de preguntarnos cuántas veces hay que tener sexo por semana o por mes, propongo otras preguntas:

  • ¿Estoy a gusto con mi vida sexual?
  • ¿Estoy teniendo sexo por deseo o por obligación?
  • ¿Qué me da placer?
  • ¿Qué me gustaría explorar?
  • ¿Estoy pudiendo hablar de esto con las personas con las que me vinculo?

Estos interrogantes no buscan estandarizar, sino particularizar. No hay recetas universales, pero sí podemos construir una sexualidad que sea en nuestros términos, con nuestros cuerpos, tiempos y placeres.

La imagen viral que motivó esta reflexión es apenas un síntoma de una cultura que sigue obsesionada con medir, controlar y normativizar la sexualidad. Pero también puede ser una oportunidad para liberarnos del imperativo sexual, de los deberes por edad, del coitocentrismo, del rendimiento como vara, y recuperar una sexualidad deseante, plural, situada, vivible y sobre todo, consentida.

Entonces… ¿cuánto sexo hay que tener?

La próxima vez que veas una imagen que te dice cuántas veces deberías tener sexo según tu edad, recordá esto: no somos máquinas sexuales programadas por franja etaria. La respuesta es: el que quieras, el que puedas, cuando puedas, si todas las partes quieren. Porque no se trata de cuántas veces, sino más bien de calidad. Y porque la única frecuencia sexual válida es aquella que nace del deseo y el acuerdo, no de la norma.

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Los titulares se desprenden de las consultas que propone la audiencia en @lic.noeliabenedetto. Este espacio informativo no suplanta a una consulta con un/a profesional de la salud.

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