Nueva Zelanda aprobó el uso medicinal de la psilocibina, el compuesto activo de los llamados “hongos mágicos”, para tratar la depresión crónica. La autoridad nacional de medicamentos (Medsafe) habilitó a un único psiquiatra, el profesor Cameron Lacey. El profesional de la Universidad de Otago podrá recetar, suministrar y administrar esta sustancia a pacientes que no responden a otros tratamientos.
La decisión fue anunciada por David Seymour, viceprimer ministro quien destacó que se trata de un “verdadero avance” en el abordaje de los trastornos mentales. “Si un médico cree que la psilocibina puede ayudar, debería tener las herramientas para intentarlo”, subrayó el funcionario.
¿Qué es la psilocibina y cómo actúa?
La psilocibina es una sustancia psicodélica natural presente en varias especies de hongos. Su consumo puede provocar alteraciones en el estado de ánimo, alucinaciones y cambios en la percepción del tiempo y el espacio. Según los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, estos efectos pueden ir desde emociones intensas de felicidad hasta episodios de ansiedad o malestar físico, como aumento de la frecuencia cardíaca o náuseas.
Pese a su fama como droga recreativa, la psilocibina fue objeto de numerosos estudios científicos en las últimas dos décadas. Investigaciones de la Johns Hopkins Medicine y el Imperial College London demostraron que, combinado con psicoterapia, puede reducir de manera significativa y rápida los síntomas depresivos.
Estricta regulación y monitoreo
La autorización en Nueva Zelanda es sumamente restrictiva. Solo un psiquiatra con experiencia comprobada en ensayos clínicos con psilocibina puede prescribirla y debe mantener un registro detallado y reportar cada caso a las autoridades sanitarias. La sustancia aún es considerada un “medicamento no aprobado”, lo que implica que cualquier uso fuera del marco autorizado es ilegal.
¿Y en el resto del mundo?
Nueva Zelanda es el segundo país, luego de Australia, en permitir el uso terapéutico de la psilocibina. Otros países, como Suiza y Canadá, avanzaron en regulaciones similares, y varios estados de EE.UU. legalizaron su uso en contextos médicos bajo estricta supervisión.
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