¿Y si me gusta demasiado? ¿Significa que soy gay? ¿Me convierte en “menos hombre”? ¿Está mal? Estas son preguntas que escucho cada vez más en consultorio cuando hablamos del cuerpo y el placer en las masculinidades. No es una duda aislada ni anecdótica: forma parte de un entramado cultural donde el goce masculino está estrictamente regulado, la heterosexualidad es obligatoria y cualquier práctica que ponga en juego la vulnerabilidad del varón cis en una zona erógena asociada históricamente a lo «femenino», lo «pasivo» o «lo gay», es rápidamente expulsada del campo de lo aceptable.
A pesar de los avances en educación sexual los mandatos sobre cómo “debe” ser un varón, cómo “tiene” que disfrutar y qué cosas no puede ni siquiera imaginar sin poner en juego su orientación sexual o su masculinidad siguen vigentes.
¿Qué es el masaje prostático?
Es una práctica sexual que consiste en estimular la próstata, una glándula del tamaño de una nuez ubicada a pocos centímetros dentro del recto, también conocida como «punto P». La misma está súper conectada con el placer y, al estimularla, muchas personas pueden llegar a sentir orgasmos intensos, profundos, diferentes a los que se logran solo tocando el pene.
Existen juguetes sexuales pensados específicamente para eso, como los estimuladores prostáticos, y muchas personas los incorporan como parte del juego sexual.
¿Y entonces… eso me vuelve gay?
No. Y si sintieras algo con respecto a tu orientación sexual, no sería por esto puntualmente, ni mucho menos sería una desviación. El placer que viene por vía anal no tiene orientación sexual. La orientación sexual tiene que ver con quién te atrae y hacia quién te orientas sexualmente, no con cómo ni por dónde disfrutás.
Un varón puede sentirse atraído exclusivamente por mujeres (ser heterosexual), y a la vez disfrutar muchísimo con la estimulación prostática. Una cosa no cambia la otra. Pero nuestra cultura insiste en mezclarlo todo: lo anal, lo pasivo, lo femenino, lo gay, como si fueran lo mismo. Y no lo son.
¿Por qué da tanto miedo?
Porque la masculinidad tradicional está basada en el control, la dureza, la penetración y el miedo a parecer “menos hombre”. Y todo lo que implique soltar el control, recibir en lugar de dar, o mostrar vulnerabilidad, es leído como algo dudoso.
Eso incluye, por ejemplo, dejarse tocar o penetrar. Aunque sea por una mujer, aunque haya deseo, consentimiento y disfrute, hay algo del mandato que dice: “eso no es de macho”. Y si el placer aparece por ese camino, aparece también el miedo: ¿me estará cambiando algo por dentro? ¿me estaré volviendo gay?
Spoiler alert: no. Lo único que cambia es que tu cuerpo está descubriendo otras formas de sentir placer.
¿Y si me gusta mucho? ¿Y si ya no quiero otra cosa?
Esta es una de las preocupaciones más comunes. Y de nuevo, no es un problema. Descubrir nuevas formas de placer no es desviarte, es ampliar el mapa erótico.
La idea de «desviar la sexualidad»: ¿de dónde sale? La noción de que ciertas prácticas pueden «desviar» o «modificar» la orientación sexual se basa en una idea errónea y prejuiciosa: que la orientación sexual es frágil, maleable, y sobre todo, que puede ser afectada por actos concretos.
Nadie te cuestiona si descubrís que te gusta el sexo oral, o usar una fantasía, o que te toquen los pezones. Pero cuando se trata del anastasio, la cultura lo llena de miedo. ¿Por qué? Porque lo tenemos asociado a cosas negativas: suciedad, peligro, descontrol. Y sobre todo, a la idea de que “solo los gays disfrutan eso”.
Es una idea que no solo es errónea, sino homofóbica. ¿Por qué estaría mal que un varón sienta placer por la próstata? ¿Qué nos dice eso de cómo seguimos viendo el placer?
¿Y si después me cuestiono mi orientación?
Es válido preguntárselo. Pero si algo cambia, no es por la práctica en sí, sino porque tu deseo ya venía diciendo algo que no te habías animado a escuchar. La práctica no te cambia, te puede permitir descubrir. Y eso no es una amenaza: es una posibilidad. La sexualidad no es rígida. Cambia, se mueve, se transforma. Lo importante es que lo que hagas sea con deseo, consentimiento y disfrute. No con miedo, culpa o imposición.
¿Y qué pasa con las parejas?
Hay vínculos en los que esto se vive con mucha complicidad. Pero también hay casos donde aparece la resistencia: “¿por qué querés eso?”, “¿no te estarás volviendo gay?”, “¿no será que tenés algo raro?”.
A veces, son las propias compañeras las que repiten esos mismos prejuicios, sin saber que están bloqueando un espacio de intimidad, juego y confianza. En otros casos, el tema ni se nombra, porque da miedo. Una relación sexual (y afectiva) se enriquece cuando se puede hablar con libertad de lo que nos gusta, lo que queremos probar, lo que nos da curiosidad.
En resumen
- No, el masaje prostático no «desvía» la sexualidad, no cambia tu orientación sexual ni tu identidad de género.
- No hay nada “raro” en sentir placer por ahí.
- Explorar no te hace menos varón.
- No hay una forma correcta de sentir placer, pero sí hay muchas formas erradas de reprimir.
- El anastasio no tiene orientación sexual, pero la cultura insiste en adjudicarle una.
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Los titulares se desprenden de las consultas que propone la audiencia en @lic.noeliabenedetto. Este espacio informativo no suplanta a una consulta con un/a profesional de la salud.
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