Cada 13 de junio se celebra el Día del Sexo Anal. Pero, más allá del marketing, del chiste fácil y de la memificación que suele rodear esta fecha, ¿qué lugar ocupa realmente el sexo anal en nuestras prácticas, discursos, silencios, miedos y placeres? ¿Qué hay detrás de esa parte del cuerpo que tanto nos cuesta nombrar sin risas nerviosas, sin asco, sin prejuicio?

La historia de la sexualidad ha sido profundamente heterocentrada, falocéntrica y reproductivista. En ese marco, el sexo anal ha sido históricamente condenado, perseguido y ridiculizado, pero también erotizado de forma clandestina, especialmente en contextos marcados por el poder, el castigo y la transgresión.

No es casualidad que durante siglos, las relaciones anales hayan sido leídas desde lo jurídico y lo religioso como “pecado contra natura”, “sodomía” o “conducta antinatural”. En muchos países, todavía hoy son criminalizadas. Incluso donde la ley no interviene, la cultura lo hace a través del estigma: asociando el sexo anal a lo sucio, a lo pasivo, a lo sumiso, a lo degradado, a lo «de otros» (generalmente varones gays, personas trans* o trabajadoras sexuales).

Así, el anastasio ha sido construido como una zona de exclusión erótica, aunque en los hechos nunca haya dejado de ser explorado por personas de todas las identidades, edades y orientaciones. Lo anal ha sido siempre lo silenciado.

¿Es sexo solo si hay penetración vaginal?

Parte del problema es que la definición hegemónica de “relación sexual” sigue estando vinculada al coito vaginal-peniano, dejando a muchas prácticas en la sombra de lo “complementario”, lo “alternativo” o lo “experimental”.

En este esquema, el sexo anal aparece muchas veces como:

Una “variante” para cuando la vagina no “sirve” (ya sea por menstruación, por el mito de la preservación de la virginidad, o como castigo simbólico).

Una prueba de amor o de entrega extrema, donde se negocia el acceso a una zona «prohibida».

Un fetiche masculino que se vuelve mandato en relaciones heterosexuales, incluso sin deseo de la otra parte.

Una marca identitaria para varones gays, con todos los estigmas que eso acarrea.

Una práctica que no califica como «sexo real», a menos que haya penetración con pene.

Todo esto configura una mirada reduccionista, genitalocéntrica del placer. El sexo no es una serie de actos, sino un espacio relacional, vincular, emocional y corporal donde entran en juego el deseo, la comunicación, el consentimiento, la curiosidad, la corporeidad y, por supuesto, el placer.

El ano como zona erógena, no como destino

El ano no es sólo una cavidad ni un «orificio». Es una zona altamente inervada, conectada con el sistema nervioso central y capaz de producir sensaciones intensas, diversas y profundamente placenteras. Sin embargo, su potencial erógeno suele quedar negado o limitado por miedos, mitos y desinformación.

La educación sexual tradicional ha ignorado casi por completo esta parte del cuerpo. Y cuando la menciona, lo hace desde la prevención de infecciones o desde el miedo a la transmisión. Nunca desde el placer. Esta omisión tiene consecuencias: muchas personas llegan a explorar lo anal sin información, sin lenguaje, sin recursos y sin consentimiento pleno, lo que puede derivar en experiencias dolorosas, traumáticas o insatisfactorias.

Además, no es menor que en muchos vínculos, sobre todo heterosexuales, el sexo anal se viva como el último bastión del dominio masculino, donde el acceso al ano de la mujer se convierte en una especie de trofeo, una entrega. Rara vez se piensa en una socializada mujer penetrando el anastasio de un varón.

Por eso, cuando hablamos de sexo anastásico lo primero que hay que tener en cuenta es que: nadie está obligado a experimentar nada que no desee. Y al mismo tiempo, todos los cuerpos tienen derecho a conocer y habitar su placer sin culpa ni vergüenza.

Más allá del nepe: cuerpos, prácticas y juguetes

Cuando hablamos de sexo anal, muchas personas imaginan exclusivamente la penetración peneano-anal. Pero eso es sólo una de múltiples posibilidades. La estimulación anal puede ser manual, oral, con juguetes, con dedos, con presión externa, con vibración, con temperatura, con contracciones, con respiración, con palabras, con fantasías.

De hecho, muchas personas encuentran placer anal sin ninguna penetración, simplemente por la activación de la zona perianal, por la relajación muscular o por la combinación con otras zonas del cuerpo.

Además, el ano no tiene género: puede ser explorado por personas con vulva o con pene, por personas cis o trans*, por personas solas o acompañadas. Los requisitos son el deseo, el consentimiento, el cuidado mutuo y la comunicación asertiva.

Desde esta perspectiva, el sexo anal deja de ser una “técnica” para convertirse en un territorio de exploración compartido, donde el goce no está atado a una sola manera de hacer, sino a la capacidad de registrar lo que sentimos, lo que deseamos, lo que nos incomoda, lo que nos excita.

Despatologizar el ano, recuperar el lenguaje

En consulta sexológica, una de las cosas más frecuentes es que las personas no puedan hablar del ano sin vergüenza, sin risas o sin rodeos. Se lo nombra como “por atrás”, “el otro lugar”, “el huequito”, “donde no entra el sol”. Esa imposibilidad de nombrarlo es también una forma de control social: si no lo podés nombrar, no lo podés pensar, y si no lo podés pensar, no lo podés habitar.

Por eso, es urgente que recuperemos un lenguaje que no sea ni vulgar ni clínico, sino cotidiano. Que nos permita decir lo que queremos, lo que sentimos, lo que necesitamos, sin caer en el silencio o en la incomodidad perpetua.

¿Y los cuidados?

Como en cualquier práctica sexual, hay cuidados. El sexo anal, por su fisiología particular, requiere atención a ciertos aspectos:

  • Higiene: pero no desde el mandato del “ano limpio” como imposición estética.
  • Lubricación específica: el ano no lubrica de forma natural, por eso usar lubricantes a base de agua o silicona (compatibles con preservativos) es clave para evitar dolor o lesiones.
  • Respeto por los tiempos: ir despacio, permitir que el cuerpo se adapte, usar juegos de aproximación y ejercicios de relajación.
  • Preservativo: para evitar infecciones de transmisión sexual, especialmente si hay cambio de compañeros o prácticas con penetración.
  • Postura, respiración y relajación muscular: son claves para evitar dolor o incomodidad.
  • Explorar sin presión: recordar que no hay una obligación de practicar sexo anal; es una opción más entre muchas.
  • Sex toys: siempre con tope.

El ano como lugar de posibilidades

Pensar el sexo anal es correr el velo del tabú, y habilitar un acceso más informado y más placentero a una práctica que ha sido invisibilizada o hipervisibilizada con fines ajenos al deseo genuino de las personas.

Como sexóloga, propongo que sea una elección, no una obligación ni una prueba de amor. Que esté disponible para quienes quieran explorar, pero nunca impuesto como mandato. Quiero invitar a una reflexión que saque a las prácticas anales del rincón del morbo, el tabú o la marginalidad y lo reinstale como una zona de erógena totalmente válida.

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Los titulares se desprenden de las consultas que propone la audiencia en @lic.noeliabenedetto. Este espacio informativo no suplanta a una consulta con un/a profesional de la salud.