Hace 40 años, el proceso conocido como el Juicio a las Juntas, sentó en el banquillo de los acusados a los principales líderes de las tres primeras juntas militares que gobernaron el país entre 1976 y 1982.
Más de 800 testigos pasaron por la sala de audiencias durante ocho meses. Muchos de ellos estuvieron detenidos ilegalmente y fueron torturados. Muchos de ellos – detenidos ilegalmente y torturados – dieron su testimonio en nombre los desaparecidos. Entre las voces que marcaron la historia estuvieron las de Adriana Calvo, Pablo Díaz, Graciela Daleo, Ana María Careaga y Eduardo “Tato” Pavlovsky, entre tantos otros. Sus relatos dejaron en evidencia el funcionamiento sistemático del terrorismo de Estado: secuestros, centros clandestinos, torturas, desapariciones, apropiación de bebés.
El juicio se realizó en un clima político y social cargado de tensiones. La democracia argentina apenas daba sus primeros pasos tras años de horror. El presidente de ese momento, Raúl Alfonsín, impulsó la creación de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) y el informe Nunca Más, que se convirtió en una pieza clave para documentar los crímenes del régimen.
El 9 de diciembre de 1985 se dictó sentencia. Dos ex presidentes de facto, Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, fueron condenados a reclusión perpetua. Orlando Ramón Agosti recibió una condena menor. Roberto Viola, Armando Lambruschini y Omar Graffigna fueron absueltos, aunque luego enfrentarían otros procesos judiciales.
Hoy, a cuatro décadas de aquel momento, el juicio es una referencia ética y democrática. No solo para la Argentina, sino para el mundo. Un país entero se atrevió a mirar su historia de frente, con los ojos bien abiertos y la convicción de que la verdad, la memoria y la justicia no son negociables. Una de las frases más recordadas del alegato final del Juicio, pronunciada por Strassera el 25 de septiembre de 1985 fue: “Señores jueces, nunca más.”
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